Un nuevo estudio descubre los fósiles más antiguos de crías de aves en regiones polares, 25 millones de años antes de lo que se creía.
Las primaveras árticas de hoy, con su sinfonía de trinos y nidadas mullidas, no son tan distintas de las que sonaban hace 73 millones de años. Un nuevo estudio publicado en la revista Science y liderado por Lauren Wilson, doctoranda en Princeton y exalumna de la Universidad de Alaska Fairbanks, revela el caso más antiguo conocido de aves anidando en regiones polares.
“Las aves existen desde hace 150 millones de años”, explica Wilson. “Durante la mitad de ese tiempo, han estado criando en el Ártico”.
Este estudio, basado en su tesis de máster, se llevó a cabo con fósiles diminutos de huesos y dientes recolectados en un yacimiento del norte de Alaska, en la formación Prince Creek. Allí, Wilson y su equipo identificaron múltiples especies de aves que anidaban en pleno Cretácico: aves buceadoras parecidas a los colimbos actuales, aves similares a gaviotas, y otras afines a patos y gansos. Y todo ello, mientras los dinosaurios aún eran los amos del planeta.
Antes de este hallazgo, el registro más antiguo de aves reproduciéndose en regiones polares se remontaba a unos 47 millones de años, mucho después del impacto del asteroide que acabó con el 75 % de las especies terrestres. “Esto adelanta en 25 a 30 millones de años la evidencia de cría de aves en zonas polares”, afirma Pat Druckenmiller, director del Museo del Norte de la Universidad de Alaska y codirector del estudio. Los fósiles analizados forman parte de la colección de este museo.
“Hoy en día, el Ártico es una especie de guardería para aves modernas”, comenta Druckenmiller. “Y es fascinante pensar que ya llevaban haciéndolo desde hace 73 millones de años”.
El hallazgo en sí es notable por la extrema fragilidad de los huesos de ave, especialmente los de crías, que son porosos y se destruyen con facilidad. “Encontrar huesos de aves del Cretácico ya es raro”, señala Wilson. “Pero encontrar huesos de crías es casi milagroso. Por eso estos fósiles son tan importantes”.
Los restos fueron recuperados de la ribera del río Colville, en la vertiente norte de Alaska. Allí, los investigadores identificaron más de 50 huesos o fragmentos óseos. Gracias a una metodología inusual en la excavación, que prioriza tanto los grandes restos como los más diminutos, el equipo pudo recuperar materiales que suelen pasar desapercibidos. A diferencia de otros proyectos de paleontología vertebrada que se centran en huesos grandes, aquí se tamiza sedimento para luego analizarlo al microscopio, recuperando incluso fragmentos microscópicos.
Según Druckenmiller, este enfoque ha convertido a Alaska en “uno de los mejores lugares del país para fósiles de aves de la era de los dinosaurios”. Más aún, afirma, estos pequeños huesos y dientes aportan un nivel de detalle sorprendente sobre la fisiología y el comportamiento de los animales que habitaron el Ártico en el Cretácico.
El estudio también plantea una posible conexión con los Neornithes, el grupo que incluye a todas las aves modernas. Algunos huesos descubiertos muestran características típicas de este grupo, y varias de las aves analizadas carecían de dientes, como ocurre con las aves actuales. Si se confirmara que pertenecen a los Neornithes, serían los fósiles más antiguos jamás hallados de este linaje, superando en antigüedad a los actuales registros de hace 69 millones de años.
No obstante, los autores subrayan que para confirmar esta hipótesis se necesitaría encontrar un esqueleto parcial o completo. “Pero incluso sin eso”, concluye Druckenmiller, “el valor científico de estos pequeños huesos es enorme”.
Este descubrimiento no solo reescribe el mapa evolutivo de las aves, sino que también resalta la riqueza paleontológica del Ártico y la importancia de buscar respuestas no solo en los grandes fósiles, sino también en los más pequeños y frágiles fragmentos del pasado.
REFERENCIA
Arctic bird nesting traces back to the Cretaceous
Imagen: Ilustración de aves del Cretácico con otros dinosaurios de la misma época al fondo. Un artículo publicado en la revista Science documenta el primer ejemplo conocido de aves que anidaban en las regiones polares. Crédito: Ilustración de Gabriel Ugueto
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